FLOR DE LUTO
José Félix
Álvarez
En mi
pueblo casi todas las mujeres van a enramar el sábado por la mañana. Salen de
sus casas cargadas con flores y algo de resentimiento alegre en sus manos.
Porque en el cementerio todo es vida.
Después
de hecho y colocado el ramo, comienza el paseo entre patios y bloques de nichos
visitando a los difuntos. Cada una tiene su recorrido, sus altares…Y al final,
la capilla: un padrenuestro, al menos. Mi abuela dice que antes el día de
finados era más bonito que ahora, porque le ponían unas lamparitas de aceite a
los muertos en su nicho, y los hombres venían por la noche de vez en cuando a
cuidar la luz. Hoy en día, hay mucha gente que no viene ni a traer flores.
Pero,
cámara en mano, yo encuentro que el cementerio tuvo que haber sido siempre tan
hermoso como lo veo ahora, con sus queridos ramos escalando los muros, con sus
flores de luto pululando entre sepulcros, con la bulla del agua, con sus
ardientes muros encalados. Puedo descubrirme y vivificarme en el niño que
acompaña a su abuela, que hace de este sitio un lugar de juegos, porque para mí
también era un sitio preferido.
Entre
lápidas y nichos descubro que aquí está el retrato de mi pueblo, que esas fotos
quemadas por el sol que asoman desde sus habitáculos componen el rostro
sempiterno de este lugar: retrato que se prolonga desde el ayer más pretérito
hasta el mismo día anterior. Y es que aquí, casi todos los días muere alguien,
porque uno siempre conoce al que muere. Aquí viene todo el mundo cada vez que
puede, porque la gente de mi pueblo es muy feliz en el cementerio.
Pero
yo las prefiero a ellas, a las flores de luto, aunque vistan a veces de
colores, porque todas son mi abuela.
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